Muchos de nosotros somos muy malos para terminar una relación.
Al momento de anunciar que la relación se acabará solemos dudar, balbucear, damos largas explicaciones, alargamos la situación y nos ponemos sentimentales.
No es que seamos ineptos, simplemente tratamos de ser empáticos y buenos.
El problema es que en nuestro intento de no ser crueles, hacemos exactamente aquello que tiene el resultado más doloroso.
Toda nuestra forma de actuar y nuestra intención de no lastimar se malinterpreta como señales de esperanza.
Si la ruptura se hace con mucha lindura, la otra persona cuestiona si realmente es cierto lo que se dice.
Al tener ternura sólo se prolonga el dolor para la otra persona.
En una ruptura, lo ideal es comunicar las cosas con brutalidad y firmeza. Necesitamos matar la esperanza y no debe de haber duda.
Para lograr la forma correcta de acabar una relación, se necesita estar dispuesto a ser odiado.
De nada sirve alargar y que la ilusión persista.
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